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Texto Curatorial










El error y la falla son los terrenos sobre los cuales David conduce su práctica artística, permitiendo que del fuego de la incertidumbre emerjan islas de inquietudes sobre el mundo y sobre sí mismo. En Está bien no pensar en todas las cosas, David parte de sus experiencias para cuestionar los efectos que ejerce la heteronorma sobre lxs cuerpxs marikas y propone otros modos de expandir las corporalidades. A través del dibujo, la cerámica y el tejido se materializan propuestas que desencauzan, expanden, deshilachan y tuercen las construcciones que rigen las percepciones sobre las corporalidades disidentes y enfermas, en un mundo que se conduce a su propia extinción.

En las obras de David aparecen promesas erráticas que transforman escritos en piezas de cerámica, notas médicas que condicionan y prescriben lo que el cuerpo está obligado a consumir como medicina. Estos gestos brotan del padecimiento y el gozo, de temores que se resbalan y convierten en barro cocido. Los pequeños objetos expuestos se desdoblan sobre sí mismos para retorcer las historias que no solo se imprimen en la materia, sino también en la conciencia de unx cuerpx marika fijado y etiquetado por un sistema capitalista que oprime y extermina.

Los sueños de sudor y químicos se materializan en la obra como cápsulas de dolor y rabia contenidas en tinta. En estas escenas oníricas florecen personajes trazados desde la intuición y la paciencia para representar otros mundos, extraños, cálidos y montañosos, con líneas y formas curvilíneas que moldean siluetas en las que se pueden distinguir magas, marikxs y otrxs compañerxs. Los balbuceos desdibujan los límites entre seres y eclipsan al humo de una realidad en ruinas.

Esta potencia construye un impulso por vivir, ahora en cuerpos blandos. David inyecta hilos e imagina desde lo textil a figuras que se contornean, nadan y juegan entre ellxs; posan, se acompañan y bailan juntxs, descienden del calor a universos húmedos en los que los filamentos parecen océanos, corrientes marinas de sangre fresca. Las siluetas hinchadas y retráctiles repletas de coberturas se dilatan y parecen cordilleras en sitios lejanos, de pálpitos orgánicos.

Al final, todo sirve para sobrellevar la vida, para acompañarnos en los miedos y extrema preocupación por ver cómo se desparrama la vida, inequitativa, desierta y solidaria. La exposición propone formas de perderse que ayudan a atravesar la decadencia y pesimismo, y fluir hacia nuevas orillas propias, sin traducciones. Esta propuesta artística no es un desenlace a la existencia, sino una preocupación por valorar aquello que es frágil y nos permite desaprender para abrir sendas a lo desconocido.



Santiago Ávila Albuja